Fisiológicamente hablando, el miedo tiene una función de protección: es un afecto que te alerta de algún peligro inminente y hace que te protejas, que te resguardes. El problema fundamental es que no siempre que tenemos miedo se trata de un peligro real.
A partir de mi experiencia clínica como psicoanalista, he podido constatar y aprender de mis pacientes las distintas funciones que puede cumplir el miedo en la vida de alguien, y hace muchos años descubrí que el miedo no es sólo una función fisiológica y psicológica que genera mecanismos de protección ante la amenaza de algún riesgo.
Resulta que el miedo puede funcionar como una barrera psíquica autoimpuesta que, paradójicamente, obstaculiza que alcances aquello que más deseas. Sí, yo sé que suena raro, pero pensemos por un momentito: cuando al fin logras salir con ese chico que te gusta, o con esa chica que te gusta…, ¿no te da miedo? Cuándo consigues ese trabajo que tenías rato esperando y deseando…, ¿no te da miedo? Cuándo tomas una decisión por ti misma, o por ti mismo, sin la aprobación de tus amigas, amigos o familiares…, ¿no te da miedo?
¡Exacto! El miedo entonces tiene otro lado, un lado que nos hace trampa. De este lado, “temer”, no tiene nada que ver con una función fisiológica original. Y es que, como seres humanos, no somos pura fisiología, o un cúmulo de conexiones cerebrales, somos mucho más complejos: somos seres hablantes, y la particularidad de nuestro lenguaje complejiza nuestras experiencias, sensaciones, relaciones y afectos.
Como seres hablantes otorgamos significado a nuestra existencia, le damos un propósito y un sentido a nuestra vida, nos preguntamos constantemente quiénes somos, y cómo queremos seguir siendo; pero también le damos sentido y significación a las experiencias que vivimos. El miedo “tramposo” nace de ahí: el afecto del miedo lo sientes en tu cuerpo así que es real, pero la causa que te hace sentir miedo nace ahí: nace del significado, sentido o pensamiento que estás anudando a esa situación a la que temes. Te doy un ejemplo: no le temes tanto a la posibilidad de establecerte en una relación de pareja como al riesgo de enfrentarte a esas vulnerabilidades que emergen cuando alguien se enamora. Hay un ejemplo clásico: “el temor al fracaso”, y cada vez que algún paciente lo plantea en estos términos le pregunto: ¿qué significa fracasar?, porque si “fracasar” significa que decides no estudiar, ni trabajar en la misma carrera u oficio que tres generaciones han sostenido en tu familia, porque NO TE HACE FELIZ… y en cambio estás escogiendo estudiar y trabajar en algo que te divierte y que es del orden de tu deseo, a largo plazo, ¿cuál sería el fracaso?
Si ven… El miedo está atado a estas significaciones que nos acompañan y ordenan nuestra vida, aún cuando no somos conscientes de ellas. Por eso las llamamos “significaciones inconscientes”, porque vivimos en función de ellas a pesar de no saberlo.
Y ustedes me dirán: Ok… si el miedo puede tener estos dos lados…, ¿cómo los diferenciamos?, ¿cómo sabemos cuándo es en realidad una amenaza o cuándo es una trampa que nos estamos poniendo a nosotros mismos? Esta pregunta no tiene una respuesta es fácil -y es una de las cosas que se ubica durante un psicoanálisis-, pero una indicación que podría ayudar es la siguiente: hay que identificar si el miedo es en respuesta a una situación real o, si en cambio, el miedo surgió a partir de ciertos pensamientos e ideas que se han asociado a esa circunstancia, sobre todo si se trata de algo que no puedes controlar; el mejor ejemplo (y el más común) es cuando se trata del futuro: la incertidumbre que lo caracteriza nos hace trabajar mucho tratando de pre-veer y controlar algo que aún no sabemos ni siquiera si va a existir.
¿Por qué tememos? Psíquicamente hablando tememos no ser aceptados (no tener “suficientes” likes), tenemos terror al qué dirán, al fracaso, a la muerte, pero el más importante y el que más nos hace sufrir: es el terror que tenemos a realizar nuestros deseos.
Ahora bien, el miedo en sí mismo no es el problema. No es el problema cuando es una circunstancia real y no es el problema cuando se trata de nuestra tendencia a auto-sabotearnos. La clave está en qué hacemos con él.
Colaboradora: Isolda Alvarez. Psicoanalista. Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. MS Filosofía. MSW. Si deseas ponerte en contacto con ella, acá te dejamos la información:
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