Me llamo Ma. Antonieta, tengo 33 años, crecí en una familia con todas las comodidades donde trabajar nunca fue una necesidad como tal en mi vida (nunca consideré esa opción como parte de mi vida), tenía un novio desde los 15 años y el hecho de haber crecido juntos y por tener una posición económica favorable, el tema de considerar la posibilidad de mantenerme sola nunca pasó por mi mente. Él aseguraba aún más mi futuro económico estable y sin sobresaltos.
A los 25 años, con casi 10 años de relación, tomé la decisión de no casarme. Fue muy difícil llegar a este final, además de que el tema era muy fuerte para mi vida emocional, no era menos cierto que estaba decidiendo lo que yo consideraba y considero hasta el día de hoy de vital importancia: mi libertad y mi felicidad. Sin darme cuenta, estaba también decidiendo mi futuro económico; debía trabajar para mantenerme y llenar mi vida de todas las expectativas y sueños que aún tenía por vivir. Por más que durante mis años en la universidad tuve algunos trabajos y al graduarme trabajé para un Google Partner, la realidad que debía trabajar para procurarme un futuro fue completamente nueva para mí.
Comencé a trabajar para poder tener dinero; mi salario era bajo, pero yo seguía viviendo en casa de mis padres. Eso, debo reconocer, me daba mucha seguridad, por lo que decidí comprar muchos, muchos zapatos (lol).
Muy pronto me asaltó la idea de vivir sola, independizarme y vivir la aventura que para mí significaba este reto. Mentiría si dijera que esto salió solamente de mí, porque estaba muy cómoda en casa de mis padres. Llevaba un tiempo sintiéndome incómoda con ciertas amigas que continuamente recalcaban el hecho de que yo era una niña de “papi y mami”; me hacían sentir poca cosa, pues además de mis títulos universitarios, nunca había podido lograr nada por mí misma. La verdad es que, en ese momento, lo que ellas comentaban de mí era un reflejo de lo que yo sentía. Mi mamá creo que intuyó que era absolutamente necesario para mi crecimiento personal que me fuera de casa, así que nos pusimos manos a la obra y juntas buscamos un apartamento.
Yo estaba aterrada, pero ella me aseguraba día y noche que esto iba a ser lo mejor para mí y que todo estaría bien. Gracias a ella, dormía feliz en un lugar que, francamente hasta mi tercer sueldo, no estaba muy segura de que podría mantener.
Creo que la vida es un poco así: nunca llegas a dimensionar cuánto puedes lograr, pero si tienes alguien que cree en ti, todo aquello que te hacía dudar se desvanece y te atreves a lograr lo inimaginable.
Al principio, es decir, cuando empecé a vivir en el apartamento, mis padres me ayudaban con una parte para poder pagar la totalidad de la renta. Surgió entonces la posibilidad de un nuevo trabajo con mejor salario. Comencé allí y hasta la fecha sigo cumpliendo mis tareas en esa institución. No hubo entonces ninguna necesidad de ayuda familiar y comencé a sentirme una persona más completa.
Muchísimas veces, mis amigos y compañeros de trabajo aluden a que mis padres me ayudan a cubrir mis gastos. Es algo que me molesta y me enoja; es algo en lo que sigo trabajando porque siento que, de una manera u otra, desmerece mi esfuerzo.
Aún cuando mis padres siguen siendo sumamente especiales conmigo y sé que si algo me sucediera, ellos van a estar allí conmigo, para mí es demasiado importante saber que soy capaz de mantenerme sola.
Creo que cuando entiendes que puedes valerte por ti misma, se abren ante ti un abanico de opciones que no tienen límites en cuanto al plano emocional que, en definitiva, es el motor que mueve nuestras acciones. Darme cuenta de que no solamente podía escoger mi libertad emocional, sino que también tenía la fuerza intelectual para mantenerme y definir mi futuro. Tiene sentido entonces el porqué y el para qué se hacen las cosas. Valoras cada momento que tú misma te puedes permitir gracias a tu esfuerzo y perseverancia.
Recuerdo cuando recién me mudé al apartamento, aún no habían llegado los muebles y yo dormía en un colchón inflable en el cuarto, me sentaba en el piso a escuchar música. Una noche, mientras me fumaba un cigarro, miré hacia mi apartamento y lloré, me di cuenta de que ese lugar era mío, gracias a mí. ¡Todo mío!
Independizarme valió la pena porque permitió que apareciera una María Antonieta más completa, con todo el potencial y con la certeza de que podía enfrentar los nuevos retos que aparecieran en mi vida.
Creo que de alguna manera u otra, borró en mí el miedo a empezar de nuevo. Nunca digo desde cero porque si tienes la convicción y fe en ti misma, jamás empezarás de cero.
Colaboradora: María Antonieta Delgado. Graduada en Teología y Relaciones Internacionales, MSc. en Mediación y Resolución de Conflictos Internacionales con una especialización en Tácticas Anti-Terroristas.