“Ya va a ser el Día de muertos
Pongámosles un altar
Porque si no van a venir
Y los pies nos van a agarrar”.
Me mudé a México, específicamente a CDMX, hace dos años -y cacho- como dicen acá, mi relación con este país es variopinta, pero en términos generales lo amo, no solo porque me ha dado la oportunidad de re-conocerme sino porque su cultura, basada en celebrar por todo, me ha brindado la reconciliación absoluta con la vida y con la muerte, sí con la muerte.
México tiene una tradición increíble, su gente festeja la muerte y a sus muertos, es un celebración #ATodaMadre que ha trascendido sus fronteras hasta el punto de haber sido declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad en 2008, por la UNESCO.
Es una fiesta de orígenes prehispánicos, en esa época muchas etnias mesoamericanas (entre ellas la mexicana) rendían tributo a la muerte; con la llegada de los europeos y la fusión de culturas, este ritual se transformó de la fiesta al Dios del inframundo a lo que conocemos hoy en día: amor, arte y fe.
Foto: Pixebuy
Los puntos de esta celebración son muchos, comenzando con los días que dura, en teoría son tres días:
- Día uno, 31 de octubre: el día que se celebra a aquellos que han fallecido en accidentes y a los olvidados, esos a los que en panteones o cementerios no dan señales de que los visitan.
- Día dos, 01 de noviembre: es el día que corresponde a los niños fallecidos y la celebración de todos los santos.
- Día tres, 02 de noviembre: es el día de los fieles difuntos y el día en el que se va al panteón-cementerio, llevando parte de la ofrenda del altar, se adornan las tumbas y se pasa el día en familia.
Foto: Pixebuy
Otro punto importante es el altar, de hecho es el más llamativo por no decir el principal de esta celebración, tiene una “base teórica” que varía dependiendo de las distintas regiones del país y de la historia particular que hace que en cada familia mexicana puedan aplicar ciertas particularidades.
A los pocos meses de haberme mudado a CDMX me tocó vivir esta celebración, digo que la viví porque desde hace mucho tenía en la cabeza -por razones muy particulares- hacer las paces con mi experiencia con la muerte, que no había sido la mejor.
Más allá de apegarme a toda la teoría que describí antes y que de verdad puede llegar a agobiar, decidí guiarme por mi instinto y mi ofrenda fue bastante básica: de un nivel y con los elementos claves: flores, velas, calaveras, fotos, cigarros, pan de muerto y tequila, porque finalmente sentía que estaba haciendo un acercamiento personal, adulto y pleno con mis seres queridos desde otro punto, uno maduro: uno que vendría desde la alegría y el amor, podría mostrarles el nuevo espacio en el que estaba, la vida que tenía frente a mí.
Ya no quería recordarlos desde la tristeza, porque había decidido aceptar de verdad, todo lo que pasó y lo que no (sobretodo eso, lo que no), porque más allá de la pérdida, no es la muerte lo que duele, es la vida- no vivida-, de esta última parte hice un mantra y trato de aplicarlo desde la serenidad y la apreciación de los pequeños momentos, de hacer consciente que yo estoy aquí, que soy el ahora, que existo, respiro, que estoy sana, pero que soy efímera y que la tan ansiada felicidad son los momentitos en los que contemplas tu vida, el agradecer todo: lo bueno, lo no tanto… la voz así sea en la distancia de tus afectos, el disfrutar los instantes a solas y los compartidos con esos amigos que sabes que se han convertido en familia, enamorarme primero de mí porque por causa – efecto tendré un espejo de eso pues al final somos ENERGÍA.
Hoy bendigo al camino de la vida, que en sus estaciones me haya traído a un lugar en el que estoy ligada con magia y tinta… agradezco el instante, a ti que me lees, y la muerte que me dio base para entender que todo esto que es la vida vale la pena.
Colaboradora: Stepfanie Orozco, Directora de Marketing Digital en Mood Agency. Conoce más de su trabajo en su Instagram: @yosoystepf.