Intro: les cuento quién es Ana, para que entiendan mucho mejor este “Astro en la vida real”.
Todo comenzó el momento en que por fin tomé la decisión definitiva de decirle al padre de mi hija que ya no quería seguir casada con él. Eso fue en septiembre de 2016, aunque en realidad llevaba saliéndome de esa relación por años. Había logrado manipularme para ignorar la voz interna que constantemente me decía que podía acceder a una felicidad real y un amor profundo, pero que tenía que enfrentarme a hacer el trabajo interno que no podía lograr mientras siguiera usando tanta energía para intentar salvar una relación que hace mucho había muerto.
En ese momento me sentía fuerte por el lado profesional. Había logrado manifestar una compañía erguida en mis valores y mi visión de ser fuente de empoderamiento a las mujeres latinas. Me pagaba un muy buen sueldo que me permitía vivir en un lindo vecindario en Los Ángeles, tener a nuestra hija en una escuela privada, viajar y no limitarnos tanto.
Tenía (y aún tengo) una hija saludable, amorosa y creativa que me llena constantemente de orgullo. Había logrado crear un equipo de mujeres que se sentían realizadas al ser parte de una compañía que las valoraba a ellas como mujeres multifacéticas y se sentían parte de una misión importante. Era la CEO de una pequeña empresa que facturaba un par de millones y lo había logrado a partir de una visión que emprendí sin apoyo financiero ni socios.
Pero en el proceso me había abandonado a mí y estaba tapando la voz de mi intuición con excusas teñidas de miedos que no quería enfrentar. Escuchaba mi voz interna pidiéndome a gritos que reconociera que al seguir casada me estaba traicionando porque seguía poniendo el enfoque en querer sanar, salvar y ayudarlo a él, cuando en realidad a la única que podía cambiar y urgía sanar era a mí misma. Que el seguir ahí le terminaba haciendo más daño a los dos, cuando lo que necesitábamos era espacio para reencontrarnos con nosotros mismos.
Apenas le dije a mi ex esposo que quería separarme me sentí liberada y lista para desintoxicar mi vida, para comenzar a trabajar en todo lo que me tocara aprender. Fue como mandarle un mensaje exprés al Universo con sujeto de “Urgente: estoy lista para la transformación”.
Lo impresionante es que cuando realmente te abres a recibir para evolucionar la limpieza que ocurre es mucho más profunda e intensa de lo que te imaginas, porque ni te has dado cuenta qué tanto has acumulado mientras construyes una vida basada en miedos, apegos y estabilidad superficial. Puede que entiendas que tienes que limpiar desde la raíz, pero no estás lista para dar los pasos necesarios porque puede que afectan a muchos protagonistas de tu película.
Como si intuía lo que estaba por venir, llené todos mis nuevos tiempos libres con meditación, yoga, cursos y lecturas espirituales, breathwork y toda herramienta que me reconectara con ese camino espiritual que había abandonado casi que desde que me casé 12 años atrás. Mientras más reconectaba conmigo misma, más fuerte escuchaba mi voz diciéndome que era hora de más cambios y de soltar muchas identidades, pero no entendía por dónde lograrlo.
¿Sabes como dicen que si tú no te enfrentas al cambio, el cambio vendrá por ti y seguramente no será de tu agrado el proceso? A mí me llegó justo por donde sentía más seguridad y orgullo: a través de mi empresa de siete años.
El 2016 había sido el año más importante y de mayor facturación que habíamos tenido. Nuestra conferencia anual estaba sold out y la lista de patrocinadores seguía creciendo. Ya eran 11 mujeres que formaban parte del equipo y dependían de mí. Pero a tan solo cuatro meses de entrar en el 2017, me di cuenta que la compañía estaba al borde de la quiebra. La industria de influencer marketing había cambiado muchísimo y por más que mi intuición llevaba años diciéndome que esto ya no era lo nuestro, no quise cambiar de giro porque todo iba “bien”. Hasta que de repente la fuente se secó.
En un intento fugaz por intentar salvarnos acumulé más deudas, pero eso sólo nos aguantó dos meses más por lo que en junio del año pasado tuve que darle a mi equipo la noticia de que la siguiente quincena sería nuestra última y cerraría la compañía. Por fuera, mi vida estaba en caos total. Tenía que declarar bancarrota, perdería un negocio que amaba y me sustentaba, además, se destruiría la identidad de una mujer que inspiraba a otras a emprender con una misión de liderazgo femenino. Tenía que mudarme porque me quedaba sin sueldo, siendo madre soltera, sin un plan de ingresos fijos ni seguro médico. Además del proceso de separación con el que mi hija había tenido que lidiar, que por muy bien que hayamos llevado todos el proceso, igualmente es un cambio. Sin duda un período de muchos ajustes e incertidumbre en menos de 10 meses.
Pero por más caos que existía afuera, mientras todo lo externo se derrumbaba, a mí me acogía una paz interna que sólo puedo explicar como el sentirme guiada por el Universo, por mis ángeles y guías, por la voz de mi intuición. Todo adentro de mí me decía que me quitara de mi propio camino, que fluyera y dejara que las cosas se acomodaran solas. Escuchaba a mi voz decir que no estaba sola y que me dejara ser canal y permitirme ser guiada – cosa que no es fácil cuando estás acostumbrada a siempre tener que liderar y hacer.
Las señales de abundancia me llegaban por todos lados. Hay una plegaria de Marianne Williamson que dice: “Dear God. I surrender this situation to you. May it be used for your purposes. I ask only that my heart be open to give love and to receive love. May all the results unfold according to your will. Amen”. Se volvió mi mantra diario.
Por primera vez me abrí a pedir y a recibir con vulnerabilidad total. Tal cual, comenzaron a llegar las personas que casi sin saber con sus actos me salvaron a mí y a la compañía. (Incluyendo a Mia). Llegaron mensajeros a enseñarme lo que me tocaba aprender y uno de los mensajes más importantes fue el de ver mi vida con eterna gratitud. A transformar mis pensamientos de pobreza y pequeñez a los de abundancia absoluta. A darme cuenta que al permanecer enfocada en mi cuenta de banco mi futuro sería incierto, la realidad era que a mi día a día no le faltaba nada. Que milagrosamente hasta en medio del caos mi presente era abundante y no me hacía falta lo esencial. Que como dice el dicho: “Dios aprieta pero no ahorca”. Y el apriete del momento era para que me reubicara en la esencia de creación de mi ser.
Mi misión la reconocí hace casi 17 años cuando vivía en México y estaba pasando por mi primera transformación espiritual. Entendí que soy un puente y mi don es el conectar. Conecto muy fácilmente a gente, conecto ideas, conecto proyectos y así he logrado crear la comunidad más importante de influenciadoras latinas en los Estados Unidos.
Pero ahora me toca conectar los mensajes que recibo y compartirlos sin miedo a ser juzgada, a no monetizar o a no tener las herramientas o credibilidad necesarias – resumido como el síndrome del impostor.
Para lograrlo, me he tenido que permitir aprender a fluir con certeza absoluta y guiada por mi intuición. La calma y la presencia que esto ha traído a mi ser no tienen precio. Aun cuando el futuro sigue incierto, me despierto todos los días con gratitud y afán de seguir aprendiendo la lección en cada reto que se me presenta, porque reconozco que es parte esencial del fluir para evolucionar.
Colaboradora: Ana Flores (@laflowers)