Mi historia empieza con un corazón herido. Así conocí a mi ex marido y así empezó nuestra historia. Mis lágrimas se convirtieron en sonrisas y me enganchó. Me entregué a ser amada, a conformarme, a la promesa de una “seguridad”, a la idea de que jamás volvería a entregar todo mi corazón porque la sola idea de volver amar como una vez lo hice me detenía la respiración.
Pasados los meses después de conocerlo ya planificaba una boda y la vida “perfecta” que yo pensé que quería. Todo sucedió rápido, me sentía anestesiada y me dejé llevar. Me negué a sentir profundamente, pero lo suficiente para quererlo mucho; me negué a conectar y a ser yo, era demasiado doloroso, me rendí a ese sueño de un matrimonio que pensé que sería mi felicidad. Poco sabía yo que esto eran miedos y que reprimirme me costaría caro a mí y a mi ex marido. Lo quería mucho y pensé que podía vivir con eso y que la felicidad era estabilidad y un buen hombre. Pensaba que obviar el dolor y no mirar atrás era eliminar el pasado.
Él se casó con la mujer de sus sueños y yo con la esperanza de un día poder amarlo y tener mi “final” feliz.
Pasaron tres años en piloto automático. Nunca me enamoré como creí que podía hacerlo. Me di cuenta de que la palabra divorcio rondaba muchas noches en desvelo. Las noches sin conversación, amor sin pasión, silencios incómodos, siendo la esposa perfecta, dejando cada deseo a un lado… me perdí. Yo ya no estaba por ningún lado. Era un cuerpo que sentía vacío y que desde muy dentro gritaba auxilio. Dejé de sentirme, de amarme y amar la vida en sí.
Sin embargo, esta historia da su giro, una mañana desperté extrañándome tanto que me dije: hoy me recupero, hoy me quiero.
Pasaron las semanas y la música volvió a mi casa, empecé a ejercitarme, me recargué de la energía del mar, empecé a leer, volví al yoga y a la meditación. Medité por meses, pasé muchas horas y momentos en soledad haciéndome fuerte, conociéndome, amándome, llenando mi tanque de mí misma, me había transformado en una nueva YO. En ese proceso, mi decisión -que ya estaba tomada desde años atrás- y que no había tenido el valor para tomar acción empezó a hacerse consciente. Me había llenado de fuerza, de coraje, de amor y de valor. En ese trayecto aprendí que no existen finales y que mi vida se basaba en las decisiones que tomé y tomaría. Yo había evolucionado. Tenía ganas de vivir, de tener inquietudes y ambiciones, de deseos que creía haber perdido. En ese proceso conocí a alguien que descubriría: mi yo, sería mi SERENDIPIA más bonita, el que me hizo replantearme muchas cosas internas.
Venían tiempos duros, tiempos llenos de cambios e incertidumbres. Porque irme significaba empezar de nuevo. Me reconcilié con todo lo que venía, elegí tomar la decisión de ser la escritora de mi vida a través de las decisiones que tomaría de ese momento en adelante. Lo tenía todo claro, mi alma estaba nuevamente encendida y estábamos de la mano. En ese momento me fui. Contra todo pronóstico y sin mirar hacia atrás me entregué a mí, a vivir la vida, a serme fiel y a amarme.
Abracé los miedos, comprendí que nada es seguro, que lo seguro es el cambio y si sabemos entregarnos a él, podemos ser felices. Me sentí libre y me di cuenta de que él también sería libre. Tomar esta decisión ha sido lo más difícil que he hecho en mi vida, pero sé que ha sido lo más acertado en esta etapa.
Más tarde volví a ver a mi hilo rojo. Esa persona que un día de verano por cinco horas conocí, y que no volvimos a vernos hasta ocho meses después, la conexión es de las que no sabes explicar. Al vernos, un abrazo valió para sentir que así mi historia de amor no continuara, yo ya he obtenido un final feliz. Siento que vivir una SERENDIPIA es un hallazgo afortunado en mi vida. Hoy en día vivimos en países diferentes, tenemos una diferencia de edad y, aún así, no tenemos miedo alguno. Sea como sea que la historia se desenvuelva me siento totalmente bendecida por mi encuentro con él.
P.D. Agradezco que mi historia haya sido leída por ti y que te inspire de alguna manera.
Colaboradora: anónima.